Una vez, en un pueblecito europeo, un hombre que envidiaba a su rabino lanzó un malicioso rumor acerca de él. No obstante, preso del remordimiento, de inmediato fue a ver al rabino para implorar su perdón y cumplir el castigo que el le impusiera.
El rabino le ordenó que al llegar a su casa, tomara un almohadón de plumas, saliera al patio, lo cortara y dejara que el viento esparciera las plumas. Tras hacer lo que el rabino le había indicado, el hombre regresó a la sinagoga y preguntó: ¿Estoy perdonado? Casi lo estás- respondió el rabino-. Ahora sólo te resta hacer una cosa para ser totalmente perdonado. ¿De qué se trata? - inquirió el hombre. Trata de reunir de nuevo las plumas que el viento ha esparcido por todo el pueblo, mételas dentro del almohadón y cose de nuevo la tela. Sólo si consigues hacerlo serás perdonado.
¡Pero eso es imposible! - exclamó el hombre. Ciertamente- admitió el rabino-. Aunque desees reparar el daño que has causado con tu rumor, al igual que no puedes reunir las plumas esparcidas por el viento, ya no tienes modo de remediarlo.
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